¡Ay, esa fuente de los ocho caños de Ronda, en la Plaza Santa Cecilia que me vio nacer y que tanto eché de menos después! Noventa años de vida desde que vi la luz en 1923 hasta que mis ojos se cerraron en 2013. Noventa años en los que viví la felicidad de la niñez, el miedo de la huída con mi familia y la pena de ver morir, uno tras otro, a muchos de mis hermanos. Mi madre tuvo 16 embarazos, y entre abortos, bebés que morían al poco de nacer y otros que no superaron las calamidades que pasamos, sólo quedamos mi hermana Paz y yo.
Para contar mi vida tengo que recordar la de mi padre, pues su compromiso político nos arrastró a toda la familia. Me llamo María Becerra Villada y soy hija de Francisco Becerra Coca también conocido por “el Coca”, un comunista convencido y masón de Ronda, al que le encantaba la oratoria y que vivió la mitad de su vida en el exilio.
Mi padre era carabinero pero se retiró pronto, en 1931, por no estar de acuerdo con lo que estaba aconteciendo así que, dejó el cuerpo y desde 1932 se dedicó a ir por los pueblos a lomos de su burro enseñando a leer y a escribir a los niños mientras daba mítines sobre los fundamentos del comunismo a sus padres. Tras dejar de ser militar, ingresó en la orden masónica de Giner de los Ríos en Ronda (Málaga) donde vivíamos y en casa siempre decíamos que se había sumergido en el mundo del espiritismo.
Hasta la proclamación de la II República y antes de que mi padre dejara el cuerpo de carabineros, vivimos, como pudimos, entre Marbella y San Pedro de Alcántara porque él estaba destinado a la vigilancia de las costas. Fuera ya de la disciplina militar, yo le acompañaba por los montes hasta llegar a pequeños núcleos de población para instruir a los niños y a los mayores y enseñarles lo básico para defenderse en la vida.
Aquellos fueron tiempos felices aunque tengo que reconocer que siempre fue un hombre estricto y recto debido a su formación militar.
La tranquila vida que llevábamos en Ronda, donde vivíamos con mi tía y mis primos y donde no teníamos lujos pero no nos faltaba para comer, se vio interrumpida bruscamente por el golpe de estado. Muy pronto, las tropas franquistas entraron en Ronda y tuvimos que huir con lo puesto ya que, en aquel momento, mi padre se había convertido en un líder comunista muy conocido en toda la comarca que formó parte del comité de defensa de la ciudad.
Junto a miles de personas, formamos parte de aquella huída por la costa desde Málaga a Almería conocida como La Desbandá. Era febrero de 1937 y jamás olvidaré el frío que hacía. Mi madre cogió a mi hermana y, junto a mi tía y primos, iniciamos aquel camino a pie bajo los bombardeos más horribles que se pudiera imaginar. Entre aquella marea humana nos encontramos a muchas personas conocidas que veíamos caer desfallecidas por el cansancio o muertas por las bombas.
En una de aquellas ofensivas, un disparo atravesó un pulmón a mi padre y, afortunadamente, pudo ser atendido por una unidad móvil médica del doctor Norma Bethune, un médico canadiense que se desplazó desde Valencia a aquel infierno para socorrer a quienes huíamos de las tropas franquistas. Mi padre fue trasladado a un hospital de Almería y nunca olvidaré cómo le decía a los hombres “¡Ay, mi Mariquilla!! Por favor, ayúdenme a ponerlas a salvo!”. Y, no sé si su influencia política en aquel momento tuvo algo que ver, pero nosotras junto al resto de nuestra familia, llegamos a Almería.
Durante aquel largo camino, llegamos a un cortijo donde nos dieron jamón para comer. Estábamos hambrientos y nos lo comimos como si fuera un manjar pero no nos acordamos de que no teníamos agua. ¡Qué mala noche pasamos sin poder llevarnos un buchito a la boca! Y yo no paraba de llorar y recordar mi cama, a mi caballo que tuvimos que dejar en Ronda y mi ropa nueva. Me dolían los pies y el alma de ver tantas personas muertas en las cunetas del camino. Cuando llegamos a Almería, encontramos a mi padre y partimos para Cartagena dónde estuvimos hasta 1941.
Allí conocí a mi novio, Germán, un republicano que defendía con uñas y dientes al Frente Popular. Nos enamoramos y, posteriormente nos casamos, mientras mi padre volvía a ingresar en otra orden masónica pasando a llamarse Sócrates.
Temíamos tanto por su vida que decidimos que lo mejor que podía hacer era salir de España. Y, así, en 1941 coge un pequeño barco, junto a líderes comunistas como Pedro López, y ponen rumbo a Tánger. Pero, meses antes, se unió a López y su hermano Bernabé para formar una partida que se escondió en la Sierra de Montejaque de donde tuvieron que huir tras conocer que sobre ellos pesaba una orden de busca y captura. Bernabé murió abatido a tiros en la sierra tras ser traicionado por uno de sus compañeros.
Mi padre, junto a Pedro López, llegaron a Tánger desde donde escribió a mi madre para que nos uniéramos a él pero ella ya había sufrido demasiado y yo estaba embarazada de mi primera hija por lo que decidimos no viajar hasta Tánger sino trasladarnos a Marchena (Sevilla) el pueblo natal de mi marido. En ese viaje nos acompañó también la nueva pareja de mi madre. Mi padre, desde Tánger, se trasladó a Casablanca donde volvió a formar parte de otra orden masónica. En España fue condenado por masón, pero nunca cumplió condena porque jamás regresó a nuestro país.
Cuando llegamos a Marchena, mi marido se quedó horrorizado. Los fascistas habían entrado, por orden del asesino más grande que ha existido, Queipo de Llano, y aquel pueblo había sido una masacre.
Su padre, Juan Manuel, policía local, había muerto en los primeros días del 36 defendiendo su puesto de trabajo. Le habían fusilado junto al cementerio en la carretera de Parada y lo habían atado a otro compañero para que descansaran juntos en la eternidad. A su madre, Marina Suárez, la encarcelaron por sus ideales y el 24 de agosto, le quitaron a su hijo del pecho al que estaba amamantando, le entregaron el pequeño a su hija mayor, y la pasearon hasta el cementerio donde fue fusilada .El resto de los hijos fue repartido entre tías de la familia y la abuela. A su hermana la raparon y la pasearon por el pueblo para que se avergonzase de su familia, cosa que nunca hizo hasta el día de su muerte. Ella colaboró con escritores locales para que se supiera lo que habían hecho con su familia.
Con este panorama, poco duramos en Marchena donde estuvimos hasta 1946 porque no teníamos ni para comer. Ya con mis dos niñas en el mundo, nos fuimos a vivir a Sevilla, al barrio de Nervión, donde nos instalamos en la parte de atrás de una pescadería donde convivíamos nosotros y nuestros tres hijos, mi madre y su pareja, mi hermana y el hermano pequeño de mi marido al que destetaron para matar a su madre. Recuerdo que tirábamos colchones en el suelo para dormir al lado de las cajas de pescado y allí estuvimos algunos años.
He trabajado tanto que tengo los huesos gastados, las rodillas secas de limpiar los suelos de los ricos: He pasado hambre, miedo y calamidad pero jamás renunciare a las ideas de mi padre. ¡Viva la República!
Nota de Mari Paz, su nieta
Mi abuela vivió, durante muchos años, en Santa Teresa de Jesús y pasó sus últimos años en Parque Alcosa (Sevilla) junto a mi madre. Me contaba su historia pero ella no quería recordar La Desbandá porque le producía mucho dolor .También se emocionaba mucho al hablar de su padre. Pasó mucha hambre y trabajó mucho lavando ropas en las casas y limpiando suelos. Jamás perdió la cabeza y se acordaba de todas las cosas vividas en la guerra como si fueran de ayer mismo.