Saltear al contenido principal

El libro

Este libro es un compendio de diez relatos escritos por diez periodistas que reviven las historias de sus abuelas en la época de guerra y posguerra española. El objetivo es poner voz a tantas mujeres silenciadas por la guerra y la dictadura y subrayar el importante papel que tuvieron durante esa difícil época de nuestra historia

Ve las localizaciones

Sinopsis

Capítulo 1. La abuela Juana
Por Carolina Pecharromán de La Cruz

La guerra civil marca la vida de Juana desde las primeras semanas de la contienda. Su marido muere en batalla y ella queda sola, embarazada y con cuatro hijos en el Madrid asediado, bajo la permanente amenaza de los bombardeos y el hambre.

La desesperación la empuja a un paso doloroso: evacuar de la ciudad a varios de sus hijos en un intento de protegerlos de los peligros que los amenazan. Ella misma huirá más tarde a un pequeño pueblo de Cuenca; no obstante, ni la lejanía del frente ni el final de la guerra supondrán una tregua para su dolor y la pérdida o desaparición de parte de sus hijos marcará su vida para siempre.

uana tendrá que levantarse una y mil veces para sacar adelante a su familia, pero nunca desfallecerá ni perderá la esperanza.

Capítulo 2. La memoria del vacío
Por Carmen Freixa Zurita

Crecí con un padre y una madre que convertían el pequeño país que representa una casa para las criaturas en lo que podría hoy ser la viva imagen de en qué se ha convertido Catalunya.

Una sociedad fraccionada en dos supuestos bandos, sin grises. Sin matices. Pero eso sí, muchos silencios y muchas mentiras. Cada uno de ellos con su familia catalana y castellana a cuestas. Cada una en un bando en la guerra incivil que asoló la cultura y la libertad de cientos de miles de personas. Cada una con gente republicana a la que había que encerrar en el olvido.

Mentiras y silencios de mujeres que vieron truncada su adolescencia y su futuro. Un futuro que les prometieron libre. Un presente que silenciaba a las mujeres luchadoras, a las mujeres que habían roto los moldes de lo que esperaba de ellas la sociedad patriarcal. Mujeres que la dictadura acalló y subyugó y que borraron todo lo que ellas y sus madres, mis abuelas y mis tías habían sido porque no había que destacar porque había que hacer como si se estuviera contenta de cumplir con el destino católico universal de las mujeres: criar criaturas y servir al pater familias. Saber que la historia no es como te la cuentan duele. Saber que están borrando tu memoria histórica y que cuando buceas en el pasado sólo puedes percibir sombras de mujeres que estaban ahí haciendo como que no hacían es quedarte como en medio de un erial y tener que rebuscar para encontrar a las mujeres de tu familia. Y eso, las mentiras y los silencios son también memoria.

Memoria de una dictadura que murió en la cama mientras en el país de al lado sonaba la Revoluçao dos cravos. Memoria de quienes tuvimos que luchar cada día cuando fuimos jóvenes para encontrar a las mujeres que formaban nuestra historia.

Capítulo 3. La hija del chocolatero
Por Concha San Francisco

La vida de Juliana Villaseco transcurre en un pequeño pueblo de Zamora, donde ella y su familia se dedican a fabricar chocolate.

Su relato explica cómo vivía entre las mujeres de su tiempo, enfrentando cuestiones como la emigración de su marido, los problemas de los embarazos, el aborto…; la vida diaria de una mujer que además de sus múltiples tareas cotidianas,trabajaba en la pequeña fábrica de chocolate, de la que era copropietaria, junto a su hermano. Un negocio próspero, que terminó enfrentando a Los Chocolateros con los ricos propietarios de tierras en el pueblo.

El contraste entre éstos y la familia de Juliana, que gozaba ya de una incipiente vida burguesa, no exenta de esfuerzo, cuyas hijas empezaban a estudiar en la Universidad, y que ideológicamente se situaba en el bando republicano, en cuyo partido militaban dos de sus miembros, terminó en catástrofe.

Y así, Juliana narra el momento a partir del cual su vida cambia para siempre: el 19 de agosto de 1936. Juliana Villaseco, nace en 1898 y muere curiosamente en la madrugada de un 14 de abril de 1976, fecha en que se conmemora el día de la República, recién muerto el dictador. Nunca la vimos vestir otro color que no fuera el negro.

Capítulo 4. Respirar sin aire
Por Cristina Prieto Sánchez

Tres años de guerra consiguieron que los madrileños se olvidasen de la chulería que siempre les ha caracterizado. Sólo había hambre y devastación.

Hoy, con 87 años, aún recuerda el sonido de las sirenas que anunciaban los bombardeos en un Madrid sitiado y las carreras al refugio para protegerse de los proyectiles. Cerrada y desmantelada la red educativa que articuló la República, a los niños y niñas de aquel Madrid triste sólo les quedó llenar las aulas de colegios religiosos a los que el nuevo Estado encargó la educación. Y el adoctrinamiento. Cristina compartió centro con niñas ricas, pero no aula. La clase social era importante. El mismo centro educativo, la misma congregación de monjas, pero distintos edificios. Uno para las ricas y otro para las pobres. Unas con su flamante uniforme y buenos abrigos en invierno, y otras con un babi blanco y zapatillas para caminar sobre la nieve. Obligada a ir a misa los domingos al colegio para obtener el sello en la cartilla que permitía volver a clase el lunes.

La infancia de hambre, enfermedad, frío y miseria dio paso a la adolescencia del miedo. Todo era pecado. Aprisionadas en una atmósfera de represión, las jóvenes de los años 50 veían a los hombres con temor. Y, sin embargo, sabían que su única misión era encontrar novio, casarse y tener hijos. Porque la mujer sólo era un útero para parir sin control, una sirvienta permanente y una esposa abnegada si quería ser considerada decente. De novio único, virginidad demostrada y dócil ante los ojos de la familia y el mundo aquellas mujeres perdieron su juventud. Cristina aún recuerda hoy cómo a ellas se les negaron todas las posibilidades de crecimiento personal, cómo fue despedida de su trabajo un día antes de su boda porque, en muchas empresas, las mujeres casadas no podían trabajar.

También recuerda la desgracia de su vecina que tuvo la mala suerte de quedarse embarazada soltera y la suerte de su amiga que murió al intentar abortar. Y, a Cristina, un beso a su novio en la Dehesa de la Villa, casi le cuesta terminar en una comisaría. La rapidez de su prometido, deslizando un billete en la mano del guarda forestal que les sorprendió en el coche, resolvió la situación.

Capítulo 5. Vidámia
Por Isabel Donet Sánchez

El relato se centra en la figura de mi abuela materna, Isabel Vivas Moreno. Nació en la provincia de Teruel (Manzanera) a principios del siglo pasado. Falleció en la provincia de Valencia (Benisuera) a los 94 años.

De niña, al igual que sus hermanas, fue trasladada a Valencia para trabajar al servicio de familias acomodadas. En el caso de Isabel Vivas Moreno con la familia Colomer que detentaba el título de Vizcondes de San Germán. Poseían propiedades y fincas en varios municipios de la provincia de Valencia, Castellón y Albacete. Isabel se casó con Nicolás Sánchez Hortelano, funcionario del Ayuntamiento de Albacete y secretario de la CNT. Hijo menor de una familia bien situada, su padre (Nicolás Sánchez Muñoz) era médico y fue también Jefe de Correos en Granada.

Tras la boda residen en Albacete. Nicolás e Isabel tuvieron cuatro hij@s: María Pilar, Isabel, Conchita y José Luis. Nicolás fue depurado tras la guerra por su filiación sindical. Dejan Albacete e Isabel vuelve a trabajar al servicio de la familia Colomer. Tras el juicio se trasladan a un pequeño pueblo de la provincia de Valencia, a Benisuera, a un antiguo palacio (construcción del siglo XVI y declarada Bien de Interés Cultural con categoría de monumento). Allí se instalan en habitaciones de la planta baja del edificio. Un sitio retirado, donde entre sus muros Nicolás pudo tener una vida discreta.

Una vida en tiempos de posguerra en los cuales Isabel tuvo que salvar penurias y dificultades. La Ley de Amnistía de 1977 le devolvió sus derechos como funcionario. Se celebró un Pleno en el Ayuntamiento de Albacete, pero para entonces Nicolás sufría una demencia senil. Isabel le echó valor a la vida.

Fue una mujer muy inteligente, sagaz, una superviviente innata, siempre le gustó contar historias y de mayor recordaba las letras de los cuplés. Nos contaba cómo cuando dejó su casa siendo una niña para entrar a trabajar de niñera, cuando luego siendo cocinera conoció a Alfonso XIII en una finca de Alpera (Albacete) a principio de los años veinte, cuando estuvo en el entierro en Valencia del torero Manuel Granero en mayo de 1922, cuando viajó a la exposición internacional de Barcelona en 1929. De cuando se enamoró de Nicolás y de sus paseos por el real de feria de Albacete, de su boda, de sus niñas, de los avatares de los tiempos de guerra .

De las miserias de la posguerra y de tantas penurias y tanto ostracismo. Con todo, nunca perdió la sonrisa.

Capítulo 6. Y nos tocó crecer
Por Isa Gaspar Calero

Coronada es mi abuela y vivió la guerra civil siendo una niña. Desde su perspectiva, se puede ver cómo ya desde muy pequeña podía apreciar la crueldad con la que trataba este conflicto a las mujeres, por aquellas que tenía a su alrededor.

En su memoria tiene grabadas historias de desgracia como la de la profesora Catalina, asesinada únicamente por su ideología; los conocidos como niños y niñas de la guerra, nacidos de la mal llamada necesidad de los hombres de tener sexo y mujeres que luego eran abandonadas a su suerte; o las que se veían abocadas a la prostitución como única manera de sobrevivir.

No obstante, Coronada también conoció a heroínas como su propia madre y su abuela, gracias a las cuales su padre no fue asesinado. O ella misma, que aprendió a leer y escribir sin apenas ir al colegio y que trabajó desde niña para labrarse algo de futuro, como la mayoría de las mujeres de su época.

El relato también muestra como la propia Coronada fue víctima del machismo imperante en la sociedad en las diferentes facetas de su vida.

Capítulo 7. María. La mala guerra
Por María Grijelmo García

María García del Olmo nació en Madrid y con meses la trasladaron a un pueblo de Palencia. Casó con Julián y en el 32 abrieron el hostal restaurante “Ambos Mundos” en Burgos. Allí vivió la dureza de la guerra en primera persona.

Con seis hijos que luego serían siete vio cómo su marido era detenido y encarcelado y con pena de muerte. Y luego ella misma sufrió pena de cárcel durante más de un mes en Pamplona, dejando a sus hijos en manos de una empleada del negocio. Las casualidades de la vida hicieron que la grave situación se resolviera de manera sorprendente.

El relato de María es un recorrido vital desde su nacimiento, su matrimonio, su maternidad, la regencia de un bar restaurante y hostal en Burgos hasta los acontecimientos que marcaron el resto de su vida para siempre.

Capítulo 8. Molinos, tejares, mandiles y pañales
Por Marian Álvarez Macías

Lorenza nació en 1915 en la localidad de Villarabines (León), su madre murió cuando tenía cuatro años y su hermanito Goyo dos. La acogieron unos tíos y con 12 años le tocó ir a servir a un pueblo cercano, Villademor de la Vega, donde conoció a Julio, un buen hombre con el que se casó, por lo que tuvo que dejar su trabajo como criada. Trabajaba en la tierra, en el tejar (fábrica de tejas) de su marido, con los animales, criando a los 7 niños que llegó a tener y todo superando penurias económicas y desgracias, como la muerte de su tercera hija de una de las muchas enfermedades infantiles mortales en la época.

Mujer incansable y de infinitos recursos, enseñó a sonreír y sortear las dificultades con mucho cariño, las labores de la casa y el papel de una mujer en la época a su hija Angelines, la mayor de las chicas. Al igual que su madre, Angelines comenzó a trabajar a los doce años cuidando niños, lo que le permitió conseguir salir del pueblo de adolescente y, tras recorrer diferentes casas como sirvienta, terminar de doncella en Bilbao antes de casarse con Valerio, el hijo de Luz.

La consuegra de Lorenza, Luz, nació la segunda de dieciséis hermanos en Valencia de Don Juan (León) en 1909. Era la hija del molinero del pueblo, lo que en la época era ser clase media. Perdió a 10 hermanos antes que a su madre en el parto número 16. Soportó la muerte de ese bebé, la ruina por la enajenación paterna, el matrimonio de su padre con la niñera, la muerte de éste y la del hermano mayor destrozado en una fábrica, todo en entre los 12 y los 18 años.

Mari Luz aprendió a ser modista y trabajó en un taller del pueblo hasta que se casó con Salvador, que la pretendía bien y le ofrecía una solución para sacar a sus hermanos pequeños adelante. Era un buen hombre al que inicialmente no quería, junto al que trabajó y administró el puñado de tierras de ambos y crió a seis hijos. Soportó la presión franquista sobre su familia por las ideas comunistas de uno de sus hermanos, al que ayudó a huir, a sobrevivir escondido y a librarse del paseíllo hasta las cunetas de las afueras del pueblo.

Capítulo 9. Lola y Benita. Las cartas perdidas
Por Noemí San Juan Martínez

El azar quiso que el inicio de la guerra encontrara a Lola, recién cumplidos los once años, muy lejos de sus padres y hermanos. Pronto se cortaron las comunicaciones y ya no recibió más cartas de su madre. A pesar de ello ambas siguieron escribiendo esas misivas que nunca llegaron a su destino.

Durante los tres años que duró la guerra Lola dejó su infancia traspasando dos veces la frontera entre Francia y España como refugiada de guerra.

Mientras, en casa, Mariano y Pepe, padre y hermano de Lola, fueron fusilados. A Benita e hicieron pagar con su patrimonio por los “daños al Alzamiento”.

Cuando Lola pudo volver a casa no reconoció a su madre. Durante esos tres años había envejecido décadas.

La nieta y bisnieta de Lola y Benita recupera las voces de dos mujeres anónimas que, como muchas, han estado fuera de una historia oficial casi siempre escrita por hombres.

Capítulo 10. Flores de papel
Por Sara Plaza Casares

Cuando alguien le pregunta a María de dónde es, con voz engalanada dice mientras se arropa con un mantón imaginario “de la calle Ercilla, en Embajadores”. Sin embargo, una carambola del destino le llevo a nacer en Mérida, dato que siempre omite porque le gusta presumir de ser castiza de pura cepa.
Vicenta, su madre, dio a luz a su primogénita en esta ciudad extremeña en 1931. Baltasar, su esposo y padre de María, fue destinado allí durante unos meses por su empresa, Euskalduna. Quedarían todavía unos años para que empezara la guerra y Baltasar, militante de CNT, fuera encarcelado por sus ideas y enfermera de tuberculosis dentro de prisión.

Quedarían unos años para que Vicenta, viuda y enferma de glaucoma, tuviera que sacar adelante a sus tres hijos, vendiendo flores artesanales de papel en la puerta de iglesias y cementerios.
Quedarían unas décadas para que María recompusiera la historia de su madre sentada en su sofá, con su nieta grabadora en mano.
Quedarían unas décadas para que esta historia de valientes y luchadoras se contara en clave de mujer. Y eso es lo que hoy vamos a intentar.

Primera edición · Con prólogo de Carmen Sarmiento
19€ · 238 páginas

Las localizaciones

Las vidas de esas mujeres en su día no significaron oficialmente nada y lo fueron todo para sus familias. Mujeres silenciadas e incluso menoscabadas, que pelearon contra mil dificultades en la Guerra Civil y en el inmenso páramo que le sucedió.

Esas mujeres que sin doblegarse se levantaron mil veces, que rabiaron y que sonrieron, que enterraron a los suyos y siguieron adelante: Isabel, Juana, Coronada, Juliana, María, Angelines, Luz, Lola, Benita, Vicenta, María Cristina…

Los relatos de sus vidas constituyen un mosaico que une experiencias de lugares diversos del territorio, de diferentes orígenes, ideologías y clases sociales.

  |  EN LA DIANA

Volver arriba