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Otras nietas. Historias de otras abuelas, contadas por sus nietas, a modo de homenaje a la memoria

En el vaivén de la mecedora

Bajo el nombre de Teresa Mora Díaz nací el 30 de junio de 1901 en el número 25 de la calle Santa Rosalía, en Gines, Sevilla. Fui la primogénita de seis hijos y la única mujer. A causa de una meningitis infecciosa y una tuberculosis cerebral, me tocó despedirme de dos de mis hermanos demasiado pronto. Uno con tres años. El otro, con apenas siete meses.

Crecí en el seno de una familia trabajadora y acomodada y fui la niña mimada de la casa. Todos estaban encantados conmigo, lo que me hacía muy feliz. A pesar de la época que me tocó vivir, sabía leer y escribir. No trabajé fuera de casa, si bien a modo de entretenimiento realizaba labores de bordado de una gran delicadeza y que eran calificadas como impresionantes.

Fue a mis 17 años cuando conocí a Rogelio, cinco años mayor y vecino del pueblo. El amor surgió al instante y comenzamos un noviazgo que duró 10 años. La vida de Rogelio Pérez Rodríguez comenzó un 9 de septiembre de 1897. Era el pequeño de cinco hermanos y la desgracia fue una triste compañera de viaje en el número 2 de la calle Nueva, pues cuatro de ellos fallecieron muy jóvenes y su padre a los 64 años. Pertenecía a una familia trabajadora de clase media y se hizo a sí mismo realizando diversos trabajos, desde jornalero a destajista por cuenta propia y compra venta de fincas y ganados. Era un hombre cabal, honesto, con don de gentes, fiel a su palabra y muy solidario. Muchos vecinos confiaban en él y le pedían que les tramitara gestiones administrativas en Sevilla.

Nos casamos el 12 de enero de 1929. Él contaba con 31 años y yo con 27 primaveras. Nos juramos amor eterno hasta el final de nuestros días bajo el compromiso del respeto mutuo y de ir creciendo juntos, día a día. Jamás pudimos imaginar que el cura que estaba bendiciendo ese amor tan puro sería uno de los delatores que se revolvería con la detención de mi marido y posterior asesinato.

Fuimos padres de tres hijos; Alberto, M.ª Teresa y la pequeña Dolorcita. Nuestra vida transcurría con tranquilidad económica, pues a Rogelio laboralmente le iba muy bien, y cuidábamos y educábamos a nuestros pequeños proporcionándoles todo el amor del que éramos capaces. Qué felicidad vivíamos y qué poco duró… No llegó a ocho años.

En la provincia de Sevilla, a pesar del fracaso a nivel nacional del golpe militar del 17 de julio de 1936, no hubo guerra civil. La Segunda División Orgánica Región Militar, dirigida por el genocida Gonzalo Queipo de Llano en los primeros meses de la guerra civil, encargó al Capitán Manuel Díaz Criado sembrar el terror y el miedo entre la población civil que no comulgara con sus ideas, con detenciones, arrestos ilegales, torturas y fusilamientos.

Y Gines, el pueblo del Aljarafe Sevillano, no fue una excepción. El 23 de julio de 1936, la Columna de Carranza destituyó a la Corporación del Ayuntamiento elegida democráticamente y nombró una gestora. Y así empezó nuestro calvario.

El comandante de la guardia civil (J.Q.C), el presidente de la gestora (E.S.C.), el cura (J B. G.M.) y los falangistas del pueblo, comenzaron a elaborar listas de hombres y mujeres del pueblo significativas por pertenecer a partidos políticos, sindicatos o ser simpatizantes de izquierdas. Ellos decidieron en una partida de cartas, entre chatos de vino y risas, cuándo iban a detener a mi Rogelio en su domicilio. La orden se cumplió los primeros días de noviembre.

Y así llegamos al viernes 20 de noviembre de 1936. Acudí a la cita más importante: poder ver a mi marido encarcelado sin justificación alguna. Primero en los calabozos del pueblo de Gines y, posteriormente, trasladado al Teatro Variedades de la calle Trajano número 17 de Sevilla, habilitado como prisión provisional. La cárcel provincial de Sevilla, “La Ranilla” estaba llena de presos muy por encima de la capacidad de internos reglamentarios.

Como cada día desde muy temprano, le preparaba comida y ropa limpia que colocaba en el canasto de mimbre con esmero para que, en el trayecto a pie desde Gines a Sevilla, todo llegara en perfecto estado. En la calle del Teatro, la cola se formaba desde primeras horas del día y yo quería ser de las primeras en llegar.

Las mujeres que me precedían, entre susurros, comentaban rumores sobre movimientos de presos la noche anterior. Desvié mi atención hacia otra cosa, pues no quería que me pusieran más nerviosa de lo que me encontraba. Y llegó el gran momento. De forma rutinaria, el guardia de la puerta del Teatro, sin mirarme, me preguntó por el nombre del preso, y yo respondí. Se hizo un silencio sepulcral mientras comprobaba en el listado el nombre de Rogelio.

-Ya no está aquí-

-Imposible, revíselo de nuevo se lo ruego…-

– ¡Le digo que no está, no quiero preguntas y no vuelvas más, ¡si no quieres que…! –

Me mostró su pistola amenazante…

No recuerdo cómo regresé a Gines, sólo repetía su nombre como un mantra Rogelio, Rogelio, Rogelio… Durante años, lo busqué donde escuchaba que podría estar, sin éxito. El 24 de noviembre de 1936 se publicó en el Boletín Oficial de la Provincia de Sevilla (B.O.P.S.). que los bienes de Rogelio Pérez Rodríguez eran incautados. Afortunadamente la casa no entraba en el paquete al no estar escriturada a su nombre. Yo tenía 35 años y tres hijos pequeños: Alberto de 7 años, M.ª Teresa de 4, y Dolorcita de 2 años.

La injusticia, tantos ¿por qué?, la desolación, el desamparo… El mundo se desvaneció ante mi y, de repente, envejecí. No tuve otra alternativa que regresar a casa de mis padres. Tras cinco años, la convivencia se hizo insostenible con mi madre, que me reprochaba continuamente que era la culpable de estar señalados en el pueblo, a lo que se sumaba el desprecio con el que trataba a mis tres hijos. Tan solo algunos de mis hermanos me defendieron en situaciones muy puntuales.

En 1941 falleció mi padre, el único apoyo real que tenía en la casa. Pasados unos meses de la triste pérdida, con 40 años decido regresar a casa, nuestro hogar, el que habíamos preparado con tanto amor e ilusión Rogelio y yo. Aunque con todo el dolor de mi corazón, M.ª Teresa se quedó a vivir con la abuela hasta los 21 años. Eso sí, al menos no sufrió la escasez de alimentos, ya que allí no carecían de nada.

Ante esta situación tuve que reinventarme. Crie y vendí conejos y con ese dinero pude arreglar el techo del comedor que se caía a trozos. También me dediqué al estraperlo de pan y tabaco, teniendo que hacer malabares para que la Guardia Civil, que siempre estaba al acecho, no me requisara ninguno de los productos que había conseguido para vender. En mi tiempo libre bordaba algunos encargos bajo la escasa luz de un quinqué. Trabajé de sol a sol junto a mi hijo Alberto que apenas llegaba a los 10 años en la finca de mis padres, “La Cañada”, por una miseria. Nos explotaban. Al pequeño Alberto si hacía algo que no era del agrado de sus tíos, le caía una reprimenda monumental tanto verbal como física.

Yo no heredé nada de la explotación de la finca, ni de los frutos que daba y que se vendían en un puesto de frutas y verduras en el mercado del barrio de Triana, de propiedad familiar, ni de la posterior venta. Era la apestada de la familia. Mientras mi madre trataba diferente y no les faltaba de nada a los nietos de sus tres hijos varones, a los nietos de su hija los despreciaba, no les mostró afecto en ningún momento a pesar de ser consciente de todas las necesidades que estaban pasando, y no les ayudó de ninguna manera.

Mi hija pequeña, Dolorcita, queriendo aportar su granito de arena, comenzó a trabajar desde niña, con 7 años, llevando cantaros de agua a las vecinas por una perra gorda o cuidando a sus primos pequeños que pesaban más que ella. Los juegos y el colegio no eran necesarios, en cambio, llevarse algo al estómago, al menos una vez al día, sí.

Los golpistas no solo me arrebataron a Rogelio, les quitaron a mis hijos el amor y el cariño de su padre, les robaron sus infancias y poder desarrollarse intelectualmente. Dolorcita, con apenas 7 añitos, no olvida como fue humillada por unas vecinas que le disparaban miradas de odio y la señalaban con un dedo acusador diciéndole:

– Roja, roja comunista. Tenemos que acabar con la semillita roja-

Ella, lógicamente, no entendía el significado de esas palabras, pero sí sentía un escalofrío y un miedo que le recorrían todo su diminuto cuerpo. Jamás me lo contó para evitarme otro sufrimiento.

Paradojas de la vida, con 14 años Dolorcita entró a servir en la casa de un falangista, donde la obligaban a fregar de rodillas el suelo de las terrazas sin importar si llovía o hacía frío. Consecuencia de este hecho, enfermó de pleuritis que la postró en la cama durante muchos meses y le dejó secuelas respiratorias de por vida.

En el vaivén de la mecedora, por la noche yo hablaba sola en susurros, volviendo a mis recuerdos felices con Rogelio y nuestros tres hijos pequeños. Dolorcita siempre estuvo conmigo hasta el día de mi partida.

*…En el columpio de estrellas,

en el carro de luceros,

cuando la luna redonda y bella

de lo alto se asoma a vernos

Yo, amor mío, busco tus besos.

 

*Autor de la poesía Carlos Ruiz Padilla, 1968

 

 

Nota de Rogelia Beltrán Pérez, nieta de Teresa Mora

Todo lo que sé sobre la vida de mi abuela Teresa ha sido a través de las conversaciones mantenidas y grabaciones que me ha transmitido mi madre, Dolorcita.

El grado de sufrimiento fue tan grande para mi abuela por no saber y no recuperar el cuerpo de Rogelio para poder cerrar el duelo, que hoy en día sigue doliendo tanto a las generaciones posteriores. Con 66 años sufrió un derrame cerebral que le impedía comunicarse, entre otros síntomas como ritmo cardíaco anormal, depresión…

Mi madre pidió al cura que le diera a su madre Teresa los santos óleos, pues estaba muy grave. Este le preguntó:

-Teresa ¿perdonas a tus enemigos? –

Ella tuvo un momento de lucidez y abrió los ojos e hizo el amago de incorporarse, le respondió:

– ¡Noo, Nooo, Noooo! –

Mi querida abuela Teresa falleció el mismo día que cumplía 67 años, yo apenas tenía 6 años y guardo tres recuerdos muy claros de ella:

1-En la puerta de la casa me acunaba en su regazo, me mecía y con susurros me tarareaba una nana.

2-Cuando estaba enferma la vestí… la peiné con mucha delicadeza.

3-El calor que hacía el día que falleció, 30 de junio de 1968.

Querida abuela Teresa, cuánto daría porque hubieras estado más tiempo entre nosotros. Apenas te conocí, sin embargo, te tengo tan presente y sé que te quiero muchísimo.

A mi querido abuelo Rogelio Pérez Rodríguez, le aplican el bando de guerra el jueves 19 de noviembre de 1936, tenía 39 años. Es trasladado desde el Teatro Variedades en un camión y conducido a las tapias del cementerio San Fernando de Sevilla, donde ejecutan la sentencia de muerte. Es arrojado a una fosa común del propio cementerio, se supone que sus restos podrían estar en la llamada “Fosa Monumento”, junto a unas 2.400 víctimas aproximadamente. Así consta en los trabajos realizados y publicados en libros de historiadores e investigadores de Sevilla.

No tengo constancia de que perteneciera a partido político o sindicato alguno. En cambio, sí sabemos que fue un hombre bueno, honesto, de palabra y siempre solidario con el semejante. Se convirtió en una persona muy “incomoda” para ciertos individuos del pueblo.

Personas muy mayores que lo conocieron dicen de él:

– Rogelio no se merecía lo que le hicieron –

– Rogelio era un hombre muy bueno –

Esta resumida historia la conocí en 2008, transmitida por mi madre después de realizarle una pregunta que nunca nadie se la cuestionó:

– Mamá, dime cómo murió mi abuelo Rogelio –

Me pidió que cerrara la puerta principal y, sentadas alrededor de una mesa camilla, me contó en voz muy baja y respondió la frase que fue el inicio de mi búsqueda de la historia familiar.

– Tu abuelo no murió, a tu abuelo lo mataron –

Desde entonces no dejo de buscar e investigar qué le ocurrió a mi abuelo Rogelio. No cesaré hasta dar con sus restos y ponerlos junto a su mujer Teresa y su hija pequeña Dolorcita.

Soy vuestra semilla que ha germinado fuerte.

Honor, Memoria, Verdad, Justicia y Reparación para todas las víctimas del genocidio franquista.

 

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