Mi nombre es Miguela Alastruey Añanos, y nací en Ayerbe (Huesca) en 1898, donde todo el pueblo me conocía por ser de Casa Pablé. Tenía 14 años cuando, junto a mi hermana Isabel, fuimos a servir a una casa de Barcelona en la que ocupaba el puesto de primera doncella. Además de a guisar, aprendí muchas cosas y abrí los ojos al ambiente progresista que se respiraba alrededor.
En Barcelona vivía también un chico del pueblo, Francisco Aguarod; con mucho esfuerzo trabajaba durante el día y por la noche estudiaba para ser sobrestante. Era inteligente, idealista, inquieto, valiente y trabajador ¿Como no iba a enamorarme de él? Cuando acabó sus estudios, nuestro noviazgo en Barcelona fue seguido de la boda en Ayerbe. Nuestra relación era de iguales, unía amor y pensamiento. Ambos creíamos en la libertad, la justicia social y la cultura, y estábamos comprometidos con las ideas republicanas de izquierdas.
Francisco montó una empresa en Ayerbe y forjó su prestigio profesional como contratista de obras públicas. Yo trabajaba en todo a su lado. Éramos casi nómadas, de vez en cuando, dependiendo del lugar donde se realizaba la obra, cambiaba nuestro hogar. Vivimos unos años en Jaca por la construcción de la estación de Canfranc y otros edificios. Allí Francisco se hizo amigo del capitán Fermín Galán, que se sublevó contra la Monarquía el 12 de diciembre de 1930. Francisco formó parte de la Junta Revolucionaria de Ayerbe, que se constituyó para apoyar la Sublevación de Jaca y, junto con otros participantes, tuvo que exiliarse a Francia hasta la proclamación de la Segunda República.
Coincidiendo con estos acontecimientos debíamos realizar las obras del canal de riego del Pantano de las Navas que se dirigía a Ayerbe. Francisco me otorgó desde Pau poderes legales que me permitieron sustituirle. Me quedé sola al frente de los trabajos y aquello fue muy comentado. Esta obra era muy anhelada por los ayerbenses, el agua no sería sólo para las haciendas de los terratenientes, sino para que los labradores del pueblo pudieran regar sus campos y huertas.
Tuvimos dos hijos, Francisco y Rafael. El mayor, más parecido a su padre, era un chico ejemplar, formal y estudioso, y el segundo, más parecido a mí, un autentico terremoto, listo y movido.
En los primeros años de la década de los años 30 vivimos en Zaragoza. Aproveché para hacer unos cursos de enfermería en la Facultad de Medicina y, después, como no podía parar quieta y me gustaban tanto las labores de costura, en un arranque de entusiasmo monté una pequeña mercería que fue un autentico naufragio. Carecía de la paciencia necesaria para estar detrás de un mostrador. En casa me decían con ironía: tendremos botones para toda la vida…
En Zaragoza nuestros hijos estudiaban en el Colegio San Felipe, una institución laica de carácter progresista; allí Francisco y Rafael se integraron en los Exploradores de España, uniendo excursiones con ética y solidaridad.
Yo era una mujer de carácter y alegre. Me gustaba cantar y siempre había acompañamiento musical en mis quehaceres. También me encantaba bordar a máquina. Y eso me costó la vida. Os voy a contar el porqué.
Bordé y regalé dos banderas (algunos de cuyos hilos de seda me los trajeron desde Estados Unidos). La historia de la primera bandera se encuentra unida a una entrañable amistad; Francisco y yo íbamos con frecuencia a Madrid por las tramitaciones de las obras y allí contábamos con un grupo de amigos de ideas similares a las nuestras. Entre ellos estaba Belén de Sárraga, con quien forjé una fraternal relación. Ella pertenecía al Partido Federal Ibérico, fue la primera mujer en afiliarse, y me pidió que les bordase una bandera que tenía como motivo principal un sol con una corona radiada. La otra bandera fue para el Centro Obrero Republicano de Ayerbe con motivo de la proclamación de la República. Era preciosa. El diseño lo hizo el profesor y artista Ramón Acín. Él y su mujer, Conchita, eran grandes amigos nuestros.
En la bandera Ramón dibujó, junto al lema del Centro, la Dama de la República a tamaño natural, en gesto de guiar al pueblo. Durante un tiempo la tuvieron expuesta en el escaparate de la Singer en el paseo de la Independencia de Zaragoza. El día de la entrega fue muy emocionante. En el acto estaba previsto que yo interviniera, pero no pude. Subí a la tribuna y la ovación de todos los obreros me dejó sin palabras.
La bandera del Partido Federalista fue destruida; la del Centro Obrero, tan querida para mi, quién sabe donde estará ahora …
Francisco y yo nos habíamos significado políticamente. Era pública nuestra propaganda por la República, habíamos pedido votos y organizado charlas. Nos habíamos enfrentado a fuerzas tradicionales, fanáticas y poderosas.
En el verano de 1936 estábamos toda la familia reunida en Almudévar, vivíamos en la paridera de Abiol, a pie de la obra que hacíamos en el canal de Monegros. Nuestro hijo Francisco comenzaría el curso siguiente a estudiar en la Escuela de Ingenieros de Madrid, yo lo tenía todo preparado, el baúl, la ropa; era nuestro orgullo.
El 12 de agosto miembros de La Falange vinieron a buscar a mi marido. No volvía, y yo a la mañana siguiente, muy preocupada, fui con mi hijo mayor a preguntar por él al jefe de la Bandera del pueblo. Respondió que lo habían puesto en libertad a las 12 de la noche. Fue la hora de su fusilamiento, junto con algunos de nuestros trabajadores. Mi hijo Francisco partió desde allí a zona republicana, a integrarse en el Batallón de la Muerte. Perdió la vida en 1937 en la toma de Belchite, formando parte de la Brigada 153. Volví a Ayerbe con mi hijo pequeño. Mi vida estaba destrozada, pero no me escondí.
El 18 de octubre de 1936 la Guardia Civil vino a buscarme. Por el camino que me llevaría a la muerte me crucé con mi hijo Rafael, que me abrazó con fuerza. Sabíamos que no volveríamos a vernos. Nos separaron con violencia y las fuerzas me fallaron. Dos falangistas me arrastraron a la cárcel. Al alba del día 19 me llevaron en un camión, junto a otros compañeros de varios pueblos, a las tapias del cementerio de Loarre. Allí, sin mirarnos a la cara, de espaldas, nos fusilaron.
Todos juntos descansamos en una fosa al pie de un gran ciprés que nos sirve de vigía, pero nuestra voz sigue en otras voces y nuestras ideas en otras mentes …
Emoción, memoria y sangre femenina de Vida que corre por las venas de todas las mujeres que han vivido intensamente….
Te felicito, Maica, porque has logrado erizarnos la piel al recordar a tu abuela cómo símbolo de tantas mujeres valientes que han enraizado nuestro Ser, ser femenino
Gracias de corazón
Gracias a ti Carmen por tu generosidad al compartir con nosotras la historia de tu abuela. Que gran mujer. Puedes estar muy orgullosa de ella
Nietas de la Memoria
Gracias Olga por tu comentario. La historia de Miguela nos da fuerzas a todas para seguir luchando. Ella perdió su vida al hacerlo y es para todas nosotras un gran ejemplo.
Nietas de la Memoria
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes
(Miguel Hernández)
Leemos las palabras y los relatos de María, Lorenza, Isidra, Lola…, Miguela, con la voz de sus nietas. Empezamos a compartir sus vidas doblemente ocultadas.
Percibimos cómo lentamente se van cosiendo, no con aquellos hilos de seda de Miguela, sino con estambres terribles, las historias de nuestras antecesoras para desvelar la verdad, porque, como dijo Juan Gelman, lo contrario del olvido no es la memoria, sino la verdad.
Qué bellas palabras Dora. Gracias por acercarte a nuestro blog. Juntas vamos a recuperar la memoria de nuestras abuelas.
Nietas de la Memoria